El pasado viernes, en el Club Nàutic Sant Antoni, se inició un ciclo de tertulias denominado ‘Xerrades Essencials’, donde se concede la palabra a personalidades pioneras de la isla, como empresarios, artesanos, artistas, payeses, etcétera, con el objetivo de desenterrar y profundizar en historias que, de otra manera, podrían quedar olvidadas. Esta primera jornada estuvo dedicada al Club de los Argonautas o ‘Club des Argonautes’, una agencia francesa que desembarcó en la bahía de Portmany en 1950 y cuya actividad se mantuvo hasta mediados de los 60. Su llegada constituye uno de los grandes hitos económicos y sociales en la historia reciente de Sant Antoni.
A pesar de su importancia, el paso de los “argonautas” por las Pitiüses es un asunto completamente desconocido para la inmensa mayoría de ibicencos y ni siquiera cuenta con una entrada propia, por ejemplo, en la Enciclopèdia d’Eivissa y Formentera, donde vienen recogidos casi todos los acontecimientos históricos, económicos y sociales de la isla. La información que existe al respecto en Internet es muy escasa y ni siquiera aparecen entradas en francés, pese a que fue en Francia donde se originó esta empresa. Tampoco pueden hallarse fotos y el único testimonio que existe de su presencia es la memoria de algunos vecinos, que atendieron a estos singulares turistas, y las pocas imágenes que conservan de la época.
Para introducir el tema, la tertulia contó con dos vecinos de Sant Antoni que tuvieron contacto directo con esta agencia: Catalina Torres, del Hostal Tarba, y Pepe Torres ‘Mossènyer’, que fue empleado de la agencia y posteriormente empresario. Ambos respondieron a las preguntas del moderador y también intervinieron varias personas del público.
Previamente al debate, se proyectó un documental del Nodo, que refleja cómo era la Ibiza de la época en que llegaron los argonautas. Esta película fue rodada por dos operadores de cámara llamados Llopis y Martí, que llegaron a la isla el 26 de octubre de 1947, a bordo del vapor ‘Ciudad de Mahón’, y ofrece imágenes tan insólitas como ses Feixes des Pratet en pleno funcionamiento.
Cabe señalar que los argonautas fueron pioneros en el turismo de grupos, siendo la primera agencia en operar en Ibiza, aunque Sant Antoni ya contaba con turistas antes, que se organizaban el viaje por sus propios medios. Los primeros alojamientos que abrieron fueron las pensiones Esmeralda, regentada por Margalida Portas, y Miramar, de ca s’Estany, con Catalina Ribas al frente. Al parecer, ambas comenzaron a funcionar en 1932. El primer hotel con verdaderas comodidades, destinado a turistas con mayor poder adquisitivo, que acudían a veranear y disfrutar del paraíso que era la bahía, abrió sus puertas un año después, en 1933. El Hotel Portmany, que aún perdura, lo puso en marcha el empresario Josep Roselló Cardona, Pep de na Mossona, un hombre adelantado a su tiempo. Su apertura coincidió con el Gran Hotel de Vara de Rey, que en los años cincuenta pasó a llamarse Montesol, y con el Buenavista de Santa Eulària. Y dos años mas tarde, en 1935, Rafel Marí, otro pionero de Sant Antoni, inauguró el Hotel Ses Savines, en la playa de s’Arenal.
Los turistas que arribaban a estos establecimientos hoteleros en los años treinta eran sobre todo catalanes y franceses, que eran los que tenían más cerca el puerto de Barcelona, donde cogían el barco hasta el puerto de Ibiza. En Sant Antoni aún no llegaban barcos de línea, ya que el puerto no disponía de un muelle en condiciones y tampoco estaba protegido. El dique de abrigo lo construyó, durante los años 50, la empresa Cuesta y Cano, por encargo del gobierno franquista.
Entonces no había aeropuerto. Los primeros vuelos nacionales llegaron a Ibiza a mediados de los años 50 y no fue hasta 1958, tras acondicionarse la pista de aterrizaje y otras instalaciones, cuando se establecieron las primeras líneas regulares, primero con la compañía Aviaco, con salidas a Palma y Barcelona, y poco después con Iberia, que enlazaba con Barcelona y Valencia. Este último avión comenzó a continuar hacia Madrid, de forma que sus pasajeros podían llegar a la capital de España, haciendo una escala, pero sin necesidad de bajarse de él. En 1961 se instaló por fin la torre de control, que era una que se había desmontado del aeropuerto de Palma, y el aeródromo por fin se abrió oficialmente al tráfico nacional. El internacional, sin embargo, no llega hasta 1966, tras diversas expropiaciones a fincas colindantes del Pla de ses Salines y nuevas ampliaciones del recinto aeroportuario.
A pesar de la falta de infraestructuras, cuando abrieron los primeros hoteles, el turismo ya prometía en Sant Antoni y acabaría convirtiéndose en la primera potencia turística de la isla. Estos turistas, además, convivían con otros veraneantes de la capital, Vila, que tenían aquí sus residencias de verano. Sin embargo, la Guerra Civil española, primero, y la II Guerra Mundial después, que además provocó una terrible crisis económica en Europa y por supuesto en España y la propia Ibiza, cortaron de golpe el progreso.
Tras este periodo de sequía, una vez se alcanza la década de los 50, el turismo vuelve a aflorar en Sant Antoni. Familias catalanas, francesas y algún que otro británico y alemán acudían en verano en los hoteles mencionados y otros que iban abriendo, como el Sant Antoni, y alquilaban también chalets en la playa de s’Arenal, en es Molí y junto a la playa des Pouet. Coincidiendo con ellos, en 1950, comenzó a operar también el Club de los Argonautas, que fundó el francés Ferdinand Laborey y que regentaba junto a su socia Jackie, con la colaboración de distintas personas del pueblo.
Uno de estos vecinos, que gozaba de la máxima confianza de Laborey y Jackie, era Toni Torres Costa, Toni Mossènyer, ya fallecido, hermano mayor de Pep Mossènyer. Primero le ofrecieron llevar la agencia a Juanito de s’Estany, pero éste no se atrevió y les recomendó a Toni, que aceptó la propuesta. Recibía un porcentaje de lo que abonaba cada cliente por la estancia, encargándose de organizar la infraestructura necesaria para darles de comer tres veces al día, durante un periodo vacacional de unas quince jornadas.
La temporada de los argonautas duraba tres meses y ya en los primeros años llegaban más de cien al mismo tiempo, cifra que fue incrementándose progresivamente según se ampliaba la capacidad de alojamiento de Sant Antoni. Los viajeros eran jóvenes franceses, desde 18 hasta treinta años, universitarios en muchos casos, jóvenes matrimonios en otros, que hacían verdadero turismo activo. Se pasaban el día en el mar, aprendiendo náutica, navegando a vela y haciendo pesca submarina, además de todo tipo de excursiones. Ellos trajeron las primeras aletas para bucear que se vieron en Sant Antoni.
El nombre de Argonautas guarda relación con una de las leyendas griegas más antiguas, la de Jasón y los Argonautas, un grupo de héroes que volvió victorioso de una misión imposible. Los argonautas eran los marineros del Argo, el barco en el que viajaban comandados por Jasón, y, por tanto, es un nombre que significa gente aventurera e intrépida; gente del mar.
Cuenta Pep Mossènyer que al principio se instalaron en Ca na Sol, que era la casa de un pintor peninsular y estaba situada en Caló des Moro, muy cerca de donde ahora se halla el Hotel Abrat. Dormían allí y comían en el Bar Frit, aunque había otras casas del pueblo donde se alojaban, como por ejemplo junto al Bar Escandell, en el paseo, o en Can Vinyes, Can Pere Toni y la casa de Toni de sa Conillera, hijo del farero, que vivía cerca de la iglesia. Estas familias vaciaban alguna de sus habitaciones, juntando a sus hijos en una sola si era necesario, y así obtenían un valioso sobresueldo.
Mossènyer también explica que los argonautas navegaban en unos veleros llamados “atalanes”, de 10 ó 12 metros de eslora, en los que montaban 10 ó 12 turistas al mismo tiempo, junto con sus monitores, y que Laborey trajo de Francia. Les apoyaba un llaüt, el ‘Montgó’, e incluso daban la vuelta a Ibiza a vela. Distintos vecinos del pueblo y de Vila trabajaban como patrones y monitores en los barcos. Uno de estos patrones era Leonardo Hormigo, al igual que Alfonso Frit, Toni Angeleta y Pepe Ribas. Fueron los primeros del pueblo que aprendieron a hablar francés. Ejercían como capitanes y monitores los hermanos Pons, apodados ‘Melis’, que procedían de la ciudad. Uno de ellos, Toni, había sido campeón de España de natación en la modalidad de crol.
Después de Ca na Sol y el Bar Frit, los Argonautas se pasaron al Tropical, donde había comedor con cocina y cuatro habitaciones. Entonces Pep Mossènyer hacía la mili en artillería en el mismo Sant Antoni. Tenía 18 años e iba a comer a diario a este establecimiento, ya que estaba al lado de su destino y lo regentaba su hermano Toni. El cocinero era Toni Fèlix. De ahí los Argonautas se expandieron a Can Tarba, donde, ya licenciado de sus obligaciones militares, comenzó a trabajar como camarero Pep Mossènyer, ayudando a su hermano, que también ejercía como cocinero. A menudo preparaban los meros y otros pescados que los argonautas atrapaban durante sus expediciones. Luego se incorporó también la pensión Monte Mar, en la Plaça d’Espanya, donde había comedor, cocina y bastantes habitaciones, como una veintena.
Otro vecino de Sant Antoni, Toni Figueretes, que impulsó un famoso negocio de postales turísticas en esos primeros años, que se encontraba entre el público durante la charla, incluso puso fecha a la llegada de los argonautas (junio de 1950) y explicó que el Hotel Sant Antoni también acogió a argonautas durante años.
Las oficinas de Ferdinand Laborey se ubicaban en las famosas galerías Lafayette de París, pero una de sus principales sedes ibicencas, como ya se ha visto, era Can Tarba. Catalina Torres, hija del fundador, Joan Torres Escandell, recuerda aquella época y comenzó a trabajar allí siendo prácticamente una niña.
Hoy el Hostal Tarba sigue en la calle Ramón y Cajal, junto al campo de fútbol de la Sociedad Deportiva Portmany y la nueva estación de autobuses. Unos años previos al estallido turístico, la dirección de este equipo de fútbol le ofreció a Joan Tarba la posibilidad de remodelar su vieja carpintería y convertirla en el salón social de la entidad, y él aceptó. Catalina recuerda que allí se celebraban bailes y que un buñuelo y un vaso de vino se vendía entonces por dos reales. Aquella nave de uralita le pareció a Ferdinand Laborey la opción más conveniente para situar una de las principales sedes de los argonautas.
La gran sala del Tarba quedó transformada en un espacio multiusos también acondicionado como comedor, con largas mesas donde los franceses desayunaban, almorzaban y cenaban a diario. No cabía un alfiler. Entre quienes servían la comida había una mujer vestida de payesa, lo que sin duda llamaba la atención de los franceses. Los servicios de hospedaje, sin embargo, nacieron únicamente con siete habitaciones y un baño. Por eso, a todas aquellas docenas de jóvenes que llegaban al Tarba al mismo tiempo había que seguir distribuyéndoles por docenas de alcobas alquiladas en las casas de los alrededores, explica Catalina Torres. Los argonautas, en realidad, constituyen el origen de muchos de los hostales y pensiones del arrabal, ya que comenzaron siendo habitaciones para estos aventureros, que se edificaban en el cercado que todos estos hogares tenían en la parte trasera, donde se criaban animales domésticos para el consumo y se cultivaba un huerto.
A falta de autobuses, el transfer de los argonautas desde el puerto de Ibiza a Sant Antoni lo realizaba Miquel Maymó con su camión de carga, colocando dos tablones de madera para que turistas y maletas subieran y bajaran. Al llegar al Hostal Tarba, los viajeros eran repartidos por las casas del pueblo. De la recepción se ocupaban Catalina, que a veces también ayudaba en la cocina, al igual que su padre y su madre, María Roselló Adelino. Al frente de los fogones seguía estando Toni Mossenyer. Se guisaba en una cocina económica de leña, tenían una caldera de agua caliente también a leña en el sótano y para enfriar las neveras había que ir a la fábrica de hielo del hotel Portmany.
En esos tiempos, Laborey y Jackie se pasaban en Sant Antoni todo el verano, velando por el negocio. A veces Jackie se iba a bañar a la playita que había detrás del muelle de los pescadores. Era una mujer muy guapa, joven y moderna, que iba con un bikini de dos piezas, algo insólito. Por allí apareció una vez un guardia y le dijo que no se podía nadar con un bikini de dos piezas. Entonces, al parecer, Jackie le respondió que cuál de las dos prefería que se quitara: la de arriba o la de abajo.
Con los Argonautas también se celebraban bailes, a los que acudían no solo ellos sino también muchos jóvenes del pueblo, atraídos por la atmósfera liberal y desinhibida que envolvía a francesas y franceses. El empresario Pepe Roselló, que también se encontraba entre el público, recordó que por las noches se organizaban fiestas en el comedor del Tarba. Los músicos eran Mariano Trull a la bandurria, Toni Pujol al acordeón y Juanito de s’Estany a la guitarra. Como no había batería, se golpeaba el cajón, del que se ocupaba uno al que llamaban el Manco, aunque en realidad le faltaba una pierna.
Pepe Roselló frecuentaba el Tarba siempre que había ocasión y asegura que el mejor danzarín de la parroquia local era Leonardo Hormigo.
Los argonautas también acudían a bailar a las nuevas salas de fiestas, donde actuaban orquestas. En 1952 abrió Ses Voltes en un chalet de s’Arenal, con Alfonso Oya Simó como director de la orquesta, que acabaría siendo alcalde. Su nombre artístico era Alfonso Rivero. Y en 1954 hizo lo propio Ses Guiterres, donde actuaban, entre otros, Paco Torres y María Martín, que luego abrirían su famosa academia de baile en la localidad. La puso en marcha Alfonso Prats, de Can Bonet. También en 1954 se inauguró la bolera y sala de fiestas La Cala, de los Cava de Llano. Y en 1956, tras el cierre de Ses Voltes, Alfonso Rivero creó la sala de fiestas Illa-Blanca-Ca Vostra, donde ahora está la discoteca Eden. Todos estos lugares los frecuentaban los argonautas.
Catalina Torres incluso visitó las oficinas del Club de los Argonutas en París, invitada por el empresario, y su padre estuvo trabajando en invierno en una estación de esquí que Ferdinand Laborey también regentaba en Val-d’Isère, en los Alpes, casi en la frontera con Italia. El francés también disponía de un coto de caza en La Mancha, donde llevaba a cazadores franceses, y otro en el Chad, destinado a caza mayor.
Esos primeros viajeros supusieron un enorme contraste con la forma de vida autóctona. La gente joven de Sant Antoni pudo entrar en contacto con otros jóvenes extranjeros, que exhibían unos comportamientos sociales desinhibidos y aportaban un aliento de libertad inédito en España. Esta situación encendió una llama en la sociedad ibicenca y cambió sustancialmente el comportamiento de aquella generación. Había cosas que llamaban poderosamente la atención, como por ejemplo que un muchacho y una muchacha compartieran la misma habitación de hotel como amigos, sin ser pareja. Era algo inconcebible en la Ibiza de la época, donde las relaciones humanas estaban sometidas a unas normas férreas y estrictas.
Dice Catalina Tarba que la llegada de los franceses, y muy especialmente las francesas, fue un cambio drástico en la vida de su generación. Entonces los jóvenes ibicencos comenzaron a “ir de palanca” y a echarse novias francesas, lo que produjo no pocas tensiones en los noviazgos de toda la vida.
Pep Mossènyer, tras trabajar cuatro o cinco años en el bar del Tarba, se hizo cargo del Camping Sant Antoni, cerca de lo que ahora es el Lidl, que también comenzó a acoger Argonautas. Lo había montado un catalán, Andreu Llambíes, y se lo traspasó a Laborey. Allí Pep ya se hizo responsable de alojar y dar alimento a los argonautas, también a cambio de un porcentaje, con el que pagaba los víveres y a los trabajadores. Se lo ofreció Laborey porque su hermano Toni ya no daba abasto con más sedes. Ya tenían el Tarba, el Monte Mar y habían comenzado a operar también en Formentera, donde la agencia llegó en 1958. Allí, la sede principal era el hostal La Savina, alquilándose también habitaciones en casas particulares, produciéndose el mismo efecto que en Sant Antoni.
En el Camping Sant Antoni tenían bungalows y unas tiendas de campaña grandes, con cuatro literas en su interior. Llegaban a alojar a ciento y pico turistas y con su equipo de cocineros y camareros, les daban de comer tres veces al día.
Dice Pep que fue una época muy especial porque la gente de Sant Antoni pasó de no tener nada o disponer de algo con lo que empezar. Fue la primera agencia que llegó a la isla. El Club des Argonautes permaneció operativo hasta mediados de los años 60. También explica que aquellos jóvenes salían de fiesta e iban a bailar, pero nunca provocaron un problema ni quejas en las casas y hoteles donde se alojaban.
Con los años, el Tarba también prosperó y fueron ampliando el negocio, incrementando sus plantas. En 1968 también abrieron el Hotel Abrat, en la zona de Caló des Moro. Los dos establecimientos siguen en manos de la familia y ahora tienen capacidad para alojar a cientos de personas.
Durante la charla también tomó la palabra Rafel Torres Sastre, que explicó que fue monitor de vela durante un periodo que él definió como “los mejores años de su vida”, a bordo de uno de los atalanes de Laborey. Él no solo trabajó en Sant Antoni, sino que también se pasó diversas temporadas en Formentera, ocupándose de los argonautas que se alojaban allí. Otro vecino del pueblo, Julio Cardona Frit, explicó también que él trabajó como monitor de esquí para los argonautas, durante un breve periodo de tiempo en el que hizo como treinta viajes a Formentera para atender también a los argonautas allí alojados.
El Club de los Argonautas, en definitiva, son parte esencial de la historia turística de la bahía de Portmany y de la propia Ibiza. Trajeron a miles y miles de franceses, que en muchos casos se enamoraron de la isla y siguieron viniendo durante muchos años.