El pasado viernes, 6 de mayo, el Club Nàutic Sant Antoni acogió una nueva edición de las ‘Xerrades Essencials’, su tertulia con personalidades vinculadas a la historia de la bahía y la propia isla. En esta ocasión estuvo dedicada al Hotel Portmany, que el año que viene cumplirá 90 años, y al hombre que lo hizo realidad: Pep Roselló Cardona, más conocido como Pep de na Mossona, un auténtico pionero. La charla contó con la presencia de Joan Pantaleoni, su nieto y actual gerente del establecimiento.
La apertura de este alojamiento, el primero destinado a un turista selecto en la localidad, se produjo en 1933, un año fundamental en la evolución de la industria turística de Ibiza. A partir de entonces la isla comenzó a evolucionar de un territorio exclusivamente rural de labradores y pescadores, donde había muchas carencias, a un entorno con capacidad para progresar y generar riqueza a través del turismo, aunque en ese instante casi nadie era capaz de vislumbrarlo.
En el transcurso de aquel año abrieron en Ibiza los primeros cuatro hoteles concebidos para viajeros europeos adinerados, que se movían por el placer de descubrir nuevos paraísos. Estos hoteles, además del Portmany, fueron el Buenavista de Santa Eulària, el Gran Hotel, luego llamado Montesol, y el Isla Blanca, estos dos últimos en el paseo de Vara de Rey de la capital.
El Hotel Portmany, por tan solo unos meses, fue el tercero, pero se les habría podido adelantar a todos de no ser por los retrasos inesperados que sufrieron las obras. Sin embargo, era el que disponía de una gestión más profesional, una atención de alta calidad y unos servicios complementarios que nadie más dispensaba.
Solo una personalidad muy especial como la de Pep de na Mossona podía concebir algo así. Aunque era un hombre nacido en el campo, viajó por Europa desde muy joven y hablaba varios idiomas: inglés, francés y algo de alemán. Esa visión le hizo imaginar Sant Antoni como un destino turístico de gran atractivo, que podía generar un progreso extraordinario para una población que, desde el punto de vista económico y social, prácticamente seguía inmersa en la edad media.
Acerca de esta historia existe un libro muy interesante y bien documentado, publicado en 2017 por la Editorial Mediterrània y escrito por el historiador Felip Cirer, llamado L’Hotel Portmany: la utopia d’un antonienc. Contiene buena parte de las imágenes familiares que Joan Pantaleoni ha cedido para este reportaje, junto con otras más actuales del establecimiento, remodelado íntegramente y reabierto en 2021.
Infancia y juventud de Pep de na Mossona
Josep Roselló Cardona, Pep de na Mossona, nació en el año 1903 en Can Pere Coix, en el llano de Sant Antoni, cerca del Camí de sa Vorera. Era hijo de Pere Roselló Ramon y Vicenta Cardona Ribas, que, casi como todos los ibicencos, se dedicaban al campo. La familia materna, sin embargo, acumulaba una fortuna importante, ya que poseía la mayor parte de las tierras situadas al oeste del pueblo, hacia ses Variades, que luego él heredaría. También recibió otras propiedades, como una parcela de regadío en es Broll de Buscastell, dentro de la comunidad de regantes que rige este enclave, con tres horas semanales de agua, que aún sigue en manos de su nieto.
Joan Pantaleoni explicó que un antepasado suyo fue elegido alcalde de Sant Antoni en el siglo XIX y un tío de su abuelo llamado Pere Roselló Ribas (1870), que también se crio en la misma finca, se ordenó sacerdote y alistó como capellán castrense, enrolándose en la Guerra de Cuba. Allí fue condecorado y luego tuvo varios destinos, tomando parte en la guerra de Marruecos y alcanzando el grado de coronel. Solía veranear en la isla y se construyó una casa a la altura de donde hoy se sitúa el muelle de abrigo del puerto de Sant Antoni.
El origen del mote del abuelo, según reveló Joan, tiene que ver con la abuela de éste, que se llamaba María Cardona Ribas y procedía de Can Mosson. Al parecer, era una mujer tremenda y aguerrida, lo que provocó que su apodo fuera feminizado, tal y como ocurría a veces en la isla con las señoras de carácter: Mossona. Tanta era la influencia de aquella mujer que Pep heredó su mote en vez del Coix que le habría correspondido.
De niño cursó enseñanza primaria en el pueblo y el bachillerato en Ibiza ciudad, y se casó a los 20 años con Catalina Ribas Sala, de 18 años, que procedía de Sant Josep y vestía de payesa. Los casó Mossènyer Mico y tuvieron dos hijos: Pere, nacido en 1924, y cuatro años después llegó Vicenta, la madre de Joan Pantaleoni.
Primeras innovaciones, negocios y política
En 1927, con solo 24 años, Pep Roselló fue junto a otro vecino el primero en instalar en el Pla un motor de extracción de agua, con un caudal de 28 metros cúbicos a la hora. El mecánico de esta máquina, por cierto, era Blas Perelló, fundador del Portmany y farero titular de ses Coves Blanques. Se instaló en una huerta muy próxima al actual almacén de la Cooperativa Agrícola, dentro de la finca de Can Pere Coix. “Mientras los demás sacaban el agua mediante norias con la mula tirando, él ya iba a motor. Tenía grandes ideas y era un innovador”, explica Joan Pantaleoni.
Casado y con un hijo, Pep Roselló inició unos estudios también insólitos para alguien de Ibiza. Se marchó a Valencia para formarse en viticultura en el Instituto Enológico Industrial de Levante, obteniendo su título en 1927. Con lo aprendido sobre cultivo de la vid y elaboración de vino, decidió sembrar una gran viña cerca del pueblo, al oeste de donde se acabaría erigiendo el Hotel Portmany, cerca de lo que ahora es la Plaça d’Espanya. La conocía todo el mundo como sa Vinya de na Mossona y complementaba otras plantaciones de vid que existían en las propiedades familiares.
En la calle Santa Agnès, detrás de lo que sería el hotel Portmany, instaló una gran bodega dotada de unas cubas inmensas de cerámica y grandes barricas para madurar el vino. Fue el primero en elaborar un producto de verdadera calidad en la isla, que superaba de largo al vino payés de la época. Al parecer, poseía cuatro depósitos de 3.000 litros y todo el equipamiento necesario, y viajaba a menudo para negociar la exportación de su vino, muy especialmente a Alemania. Sin embargo, el crack del 29, generado por la caída de la bolsa de Nueva York, que tuvo graves repercusiones mundiales, acabó dando al traste con este negocio. Joan Pantaleoni se acuerda de oír contar cómo en cierta ocasión el vino, al ser transportado a Barcelona, llegó todo picado a puerto, provocando graves pérdidas a su abuelo.
A pesar de su juventud, sus vecinos le nombraron presidente del Sindicato Agrario, institución que luego evolucionó a la actual Cooperativa Agrícola de Sant Antoni, en 1951, y también era miembro de la junta directiva del Portmany. Aunque financió gran parte de estas iniciativas y otras que desarrollaría en el futuro vendiendo sus propiedades, también las ofreció en diversas ocasiones a la comunidad. Por ejemplo, cedió tierras para que se construyera un camino desde la orilla del puerto hasta el faro de ses Coves Blanques y también permitió que el segundo campo del Portmany, cerca de la plaça d’Espanya, se instalara en una de sus parcelas. Se inauguró en 1928.
En 1931 entró como concejal en el Ayuntamiento, dedicándose a distintas tareas, como la Comisión de Hacienda, la policía municipal o el buen gobierno del consistorio, y también presentó su candidatura a juez municipal, resultando elegido. En septiembre de 1936, en plena Guerra Civil, fue nombrado alcalde por la Comandancia Militar de Ibiza. Fue, sin embargo, uno de los primeros ediles más efímeros de la historia ibicenca, ya que solo permaneció quince días en el cargo. Por motivos que se desconocen, le sustituyó Josep Prats Colomar, Bonet. Joan tiene la teoría de que se vio obligado a aceptar el cargo, cuando él realmente no lo quería, y al final pudo renunciar. Las fuerzas vivas de la localidad, además, presionaron para que Bonet accediera a este puesto.
Nacimiento del Hotel Portmany
A comienzos de los años treinta, Josep Roselló ya intuía el prometedor futuro que aglutinaba el turismo. Había viajado por Europa, pernoctando en los mejores hoteles, y hablaba idiomas. Decidió atraer turismo de calidad a Sant Antoni, una idea que entonces constituía una verdadera utopía o incluso una majadería, a juicio de innumerables parroquianos que no tenían su visión de futuro. En Mallorca el turismo había comenzado tímidamente a despuntar, pero en Ibiza no existía.
Sorprendentemente, planeó su construcción en una parcela amplia, en la ribera, frente al muelle de los pescadores, que solo era suya en parte. Pero lo quería exactamente en ese lugar, dentro del pueblo porque por allí paseaba todo el mundo. Había una casa de dos plantas que pertenecía a su finca y, junto a ella, otra vivienda de una familia de Sant Rafel. La adquirió, al igual que otra propiedad que pertenecía a un vendedor de hojalata y otro domicilio más: Can Xafarries. El solar casi alcanzó los 1.200 metros cuadrados.
Entonces en Sant Antoni solo existían la Fonda Esmeralda, en la calle Progreso, y la Fonda Miramar, en el Carrer Ample, destinadas sobre todo a público local y representantes comerciales. Iniciar un verdadero proyecto turístico, con la enorme inversión que requería, era sin duda una empresa muy arriesgada. “En aquellos tiempos, apostar con menos de 30 años por un hotel de lujo viene a ser lo mismo que los que invertían en Google hace dos décadas”, explica Joan.
El hotel fue dotado de una superficie construida de 1.465 metros cuadros, repartidos en tres plantas desiguales. La propiedad lindaba al norte con la familia de Can Bonet, las calles Sant Mateu y Santa Agnès en los laterales, y la playa al frente. Las obras comenzaron en 1931 y su apertura estaba prevista para 1932, aunque la construcción sufrió un importante retraso. Los planos los había esbozado previamente el propio Pep Roselló, haciéndolos realidad un ingeniero ayudante de Obras Públicas llamado Martí Guasp, que también ejerció como constructor del hotel. Guasp era mallorquín y había llegado en la década de los 20 procedente de Menorca, para la instalación de balizas de ayuda a la navegación en los islotes. También proyectó edificios como el Club Nàutico de Ibiza y dirigió otras obras, como las de la escuela de Sant Jordi de ses Salines.
La factura por la construcción ascendió a unas 68.000 pesetas y la rapidez con que marcharon las obras, a pesar de los retrasos, asombraban al pueblo, ya que por primera vez las paredes se erigían con bloques de hormigón en lugar de cantería.
Para amueblar dormitorios, salones y comedores, se recurrió a una fábrica de Valencia, con muebles diseñados ex proceso, inspirados en el estilo renacimiento mallorquín. Aún se conservan algunos en la casa de Vicenta, la hija pequeña de Pep Roselló y madre de Joan Pantaleoni. Llegaron a la isla en la primavera de 1933.
Abajo había un amplio hall y también se situaban el despacho del director, un gran comedor con vistas al mar, la terraza cubierta, una sala de lectura, un bar de estilo americano, la escalera de acceso a los pisos superiores, un comedor auxiliar y la cocina, que tenía cámaras frigoríficas, bodega y office. Además, en la parte que daba a la calle Santa Agnès estaba la fábrica de hielo, la primera que existió en Sant Antoni y que proporcionaba servicio a todo el pueblo, así como el economato y un garaje donde se instaló el generador que proporcionaba electricidad.
En los pisos superiores aguardaban las habitaciones, con el mobiliario de tipo mallorquín, las paredes decoradas con estuco, calefacción central, radiadores de hierro y todas las comodidades. Eran 24 habitaciones, casi todas con dos camas, armario, mesa, butaca y mesillas de noche. En la planta alta, en el lado que daba a la calle Santa Agnès, existía una gran terraza que ofrecía una panorámica de toda la bahía de Portmany. Se utilizaba como comedor de verano y también como marco para reuniones, bailes…
Apertura del Hotel Portmany y turismo activo
La inauguración por fin tuvo lugar el 12 de julio de 1933, tras el Buenavista de Santa Eulària y el Gran Hotel de Ibiza, y un poco antes del Isla Blanca. Entre todos sumaban 300 plazas. Aquella tarde se invitó a todo el pueblo a una merienda. “El abuelo quiso compartir con los vecinos la alegría de la puesta en marcha del nuevo negocio”, explica Joan.
Luego, ya por la noche, se celebró una cena inaugural, a la que asistieron las principales autoridades de la isla, como los alcaldes de Sant Antoni y Vila, el juez de primera instancia, diversos concejales, presidentes de asociaciones culturales, etcétera. También ilustres vecinos y la comunidad de extranjeros, entre los que al parecer estaba el escritor alemán Walter Benjamin y sus anfitriones en la isla, la familia Noeggerath. Pep conocía a Benjamin de aquel verano y el anterior, y el ensayista y literato incluso le convirtió en protagonista de un relato llamado ‘Una tarde de viaje’, en el que aparece “Don Roselló”, a quien Benjamin describe como la persona más rica del pueblo, que pretendía su progreso.
Felip Cirer revela en el libro que el alcalde de Sant Antoni, Vicent Costa Ferrer, Rova, pronunció un discurso inaugural en el que ya afirmaba que dicho establecimiento “podrá acoger en este pintoresco pueblo al turista distinguido, de calidad y que sea al mismo tiempo respetuoso con las costumbres locales”. Sorprende el parecido de sus anhelos con respecto a los que se tienen hoy en día.
El menú que se sirvió a los invitados fue éste: vermouth, canapés Portmany, crema de gallina, langosta al estilo ruso, ternera al estilo Careme, pollo al horno, ensalada verde, bescuit de vainilla, helado de chocolate y fruta. Durante la cena actuó la orquesta Ibiza-Jazz y luego hubo baile hasta la madrugada, tras el que los invitados llegados de la ciudad se marcharon en el mismo medio con el que llegaron: un autobús contratado especialmente para la ocasión.
La gran singularidad del Hotel Portmany, además de sus lujosas estancias, era la gestión profesional y los servicios que se ofrecían. Estas características, y la promoción que realizaba Pep Roselló en sus viajes, atraían a turistas europeos de alto poder adquisitivo. Para atenderlos, como él no siempre podía hacerlo personalmente, contrataba a extranjeros, que era algo insólito en la época. Sus hombres de confianza eran Wilhelm Heizmann como gerente y Ernst P. Retze como administrador, ambos con experiencia en el negocio turístico. La cocina constituía un elemento esencial y por allí pasaron muchos cocineros de alto nivel, como un catalán llamado Rosendo o Pitango, que luego abriría su propio restaurante en el pueblo. Desde 1934, la gobernanta era Manuela Moreno, que también ejercía como jefa de personal en ausencia de Roselló.
El Hotel incluso contaba con una pequeña furgoneta de nueve plazas para trasladar a los huéspedes al puerto y llevarlos de excursión a ses Salines, Santa Eulària o la ciudad. Con el tiempo se adquirió también un autobús para más de treinta pasajeros, que pilotaba Toni Torreta. Dicho medio de locomoción, por cierto, llevaba a los jugadores del Portmany cuando había partido fuera del pueblo. Incluso disponía de una calesa de muelles tirada por un caballo para pasear a los huéspedes por las cercanías y una barca a motor para excursiones marítimas a Cala Bassa y otros lugares, donde se llevaban picnic para los clientes. Pasar el día en la playa, con comida fría y cena a la vuelta costaba 11 pesetas. Esa misma barca se empleó para el contrabando algunas veces. Se movía tabaco, medias y cosas por el estilo. El hotel incluso tenía un vivero de langostas en el mar, cerca del muelle de pescadores. Si un cliente pedía langosta, algún camarero cogía una barca a remos y acudía a por una.
Al año de abrir, se construyó una pista de tenis para los clientes, cerca de la Plaça d’Espanya y hasta acudieron tenistas famosos a inaugurarla. Se cobraba a peseta la hora y las clases las proporcionaba el administrador, Ernest P. Retze. Una vez a la semana también había concierto de la orquesta Ibiza-Jazz. A estas fiestas no solo acudían los huéspedes, sino buena parte de la colonia extranjera.
Como era el mejor hotel de Sant Antoni, muchas parejas de novios lo elegían para pasar la luna de miel y en su comedor se celebraron infinidad de bodas. Los bailes de Nochevieja, asimismo, eran los más importantes del pueblo. Los grandes militares y empresarios que visitaban Ibiza en aquellos años treinta también pasaban por el Portmany, bien alojándose o disfrutando de una comida, con Pep ejerciendo siempre como espléndido anfitrión.
El personal, por su parte, dormía al otro lado de la calle Santa Agnès, en unas habitaciones hechas de madera, situadas en otra propiedad familiar donde ahora se sitúa el Bar Simple. La familia vivía en el propio hotel, en una vivienda que también daba a Santa Agnès, aunque durante la Guerra Civil, Catalina y sus dos hijos se trasladaron a Dalt Vila.
Cuando abrió el Hotel Portmany, la promoción turística de Ibiza era inexistente y esa fue una de las grandes innovaciones de Roselló. Franceses e italianos llevaban una gran delantera a los españoles y, además, no se cortaban en menospreciar a nuestro país. Pep continuó viajando por toda Europa para promocionar el hotel, invirtiendo grandes cantidades de dinero. Ya en 1933, entabló relación con Bernard Townsend, director de la agencia Wagons-Lits Cook en Palma, que le insistió que invirtiese en publicidad sobre la isla todo lo que pudiera. Entonces, Ibiza seguía siendo un lugar totalmente desconocido, incluso entre los profesionales turísticos. Aunque hubo un intento de establecer un Fomento del Turismo de Sant Antoni, éste quedó paralizado por la guerra.
Guerra, reforma y promoción turística
Con la Guerra Civil se produjo un parón absoluto de la actividad turística en la isla. Los hoteles de Ibiza ciudad cerraron y fueron ocupados por militares. También el Hotel Portmany, que por un breve periodo de tiempo ejerció como sede del ejército nacional. Los suministros, debido a la suspensión de la regularidad en el transporte marítimo, llegaban con extrema dificultad o no lo hacían. El Hotel Portmany trató de seguir abierto, especializándose en la oferta de bodas y otras celebraciones, como las juras de bandera que tenían lugar en el destacamento de Sant Antoni o ceremonias de entrega de premios deportivos.
Pep Roselló era inasequible al desaliento y siguió promocionando este destino por su cuenta. En los cuarenta insertaba anuncios en La Vanguardia de Barcelona a pesar de que el barco de línea con esta ciudad se había suspendido y los catalanes que querían visitar Ibiza tenían que hacer primero escala en Mallorca y allí cambiar de navío. Durante esos años difíciles de la posguerra, Pep de na Mossona fue el único que realmente promocionó Ibiza en el exterior.
A partir de la segunda mitad de la década de los cuarenta, ya finalizada la II Guerra Mundial, comenzaron a volver los turistas a Sant Antoni, aunque con cuentagotas. En los 50 el turismo ya seguía incrementándose en la isla y Pep Roselló decidió adquirir unos corrales aledaños para ampliar el establecimiento. Se añadió una última planta en la zona de la terraza superior, así como nuevas habitaciones, lavandería y sala de plancha.
En esa labor continuada de promoción también se hizo socio del Skal Club, un colectivo integrado por empresarios y profesionales turísticos, accediendo a la delegación de Palma en los años 50. A partir de entonces, participó en numerosos congresos y encuentros, recibiendo a menudo en su hotel a asociados de toda Europa. A finales de los 60 se puso en marcha el Skal Club de Ibiza, de la mano de Jordi Matesanz del Hotel Palmyra y Pepe Colomar del Fenicia de Santa Eulària, y una de sus primeras acciones fue rendir un homenaje a Pep Roselló por su carácter emprendedor y pionero, y por su labor de promoción de Ibiza.
Pep de na Mossona, asimismo, también fue un adelantado a su época en cuestión sentimental, ya que se convirtió en uno de los pocos hombres que se separaron y juntaron con otra mujer. En este caso, Ángeles Tey, una pintora catalana que permaneció a su lado muchos años en Ibiza.
Otros hoteles y más negocios
Una de las grandes operaciones inmobiliarias de Pep Roselló fue la adquisición de una gran finca, de alrededor de un millón de metros cuadrados, en Cala Bassa. Se la compró a un familiar y años después acabó vendiéndosela al empresario Miguel Sans Mora, comodoro del Real Club Náutico de Barcelona, que frecuentaba la bahía con asiduidad a bordo de sus yates, el Concha I y el Altair.
En los años 50, Pep Roselló adquirió la pensión Parador Playa, que explotaba la familia Hanauer. Felip Cirer explica en el libro del Hotel Portmany que este pequeño complejo lo construyó un presunto espía alemán, que trabajaba al servicio del III Reich, espiando a los judíos establecidos en Ibiza y a otros alemanes que no comulgaban con la ideología nazi. Se llamaba German von Wenckstern y también asistió a la inauguración del Hotel Portmany con la colonia de extranjeros residentes en esta zona. Luego se marchó a la guerra y aquí se instalaron los Hanauer, alquilando el inmueble tras desprenderse del restaurante Ca n’Alfredo. Aquí se trasladaría a vivir Pep con su nueva compañera, Ángeles Tey, convirtiéndolo en parte en su casa, mientras el resto seguía como hotel.
Una de las grandes empresas que Pep Roselló no pudo llevar adelante fue la construcción de un ambicioso club de vacaciones en sa Punta des Molí, que difería radicalmente de las construcciones hoteleras que se realizarían posteriormente, ya que era un hotel que no superaba las dos alturas. La iniciativa se desarrolló a lo largo de los años 50 y 60 y, para ello, Pep de na Mossona adquirió los terrenos a la familia Varó, a los que construyó una vivienda como parte del acuerdo.
Al final, se quedó sin suficientes fondos y no pudo hacer realidad esta idea. Eran unas instalaciones muy avanzadas, con amplias zonas verdes, piscina y una construcción de menor impacto. “Si se hubiese hecho habría sido espectacular y habría cambiado Sant Antoni. En vez de crecer en altura lo habría hecho de otra manera”, explica Joan.
El nieto de Pep de na Mossona añade que entre los papeles del abuelo encontró documentación de finales de los años sesenta, donde él ya se quejaba del ruido del Nito’s, la discoteca vecina, y anunciaba de alguna forma el crecimiento del West y que el jaleo que se producía durante la madrugada acabaría siendo perjudicial para la localidad.
Tercera generación al frente del hotel
Joan Pantaleoni nació en 1961 y era aún muy joven cuando su abuelo falleció. En esos últimos años de vida, residía en el hotel con Ángeles Tey y Joan lo recuerda enfermo, en la cama, hasta que murió. Ese día, estaba en un campamento de verano, de esos que organizaban Tonís y Marià Rafal, y su madre fue a recogerle para llevarle al funeral. Se acuerda del ataúd en la recepción del hotel, de la gente que acudía a dar el pésame y de cómo, al salir fuera, se ponían a charlar y reír como si allí no hubiese pasado nada. A él le pareció una actitud muy hipócrita. Su madre, Vicenta, siempre le ha transmitido orgullo por él. “Era un hombre de grandes ideas, aunque con una personalidad muy inquieta. En cuanto desarrollaba un proyecto enseguida se cansaba de él y tenía que poner en marcha otro”, apunta.
Pep Roselló falleció en 1977 y dos años después, en 1979, la viuda, Catalina Ribas, y sus hijos, decidieron alquilar el Hotel Portmany a Antoni Costa Bonet, Toni Pere, per un periodo de diez años. Éste tenía la Bodega del Mar y el negocio le fue bien, aunque acabó aprovechando solo los restaurantes de la planta baja, renunciando al negocio del alojamiento. Además de una cafetería, la planta baja contaba también con una pastelería alemana.
La familia, tras la muerte de abuelo, incluso tuvo que hipotecar el hotel para hacer frente a las deudas. Cuando se cumplió el contrato de arrendamiento, en 1989, Vicenta se hizo cargo del establecimiento. Lo amuebló de nuevo, porque estaba deteriorado, y sustituyó los textiles.
Vicenta se había casado a los 28 años con Celso Pantaleoni, un catalán que vino a la isla de vacaciones. Celso, sin embargo, no estaba interesado en los negocios y se dedicaba a vivir de rentas, según explica el propio Joan. Tenía el ‘Tintín’, una barca con la que salía a pescar dentro de la bahía. Celso falleció cuando Joan tenía pocos años, antes que el abuelo.
El hotel, sin embargo, debía heredarlo el tío de Juan, Pere de na Mossona, que lo llevó algunos años. Sin embargo, sufría una enfermedad mental y el negocio comenzó a ir de capa caída, hasta el extremo de que los bancos casi se adueñaron de él. Antes de que eso ocurriera, Vicenta se hizo cargo de la gestión económica del hotel y del economato.
Cuando los problemas mentales del tío Pere se agudizaron, la abuela le cedió su parte a Vicenta, que cuidaba de los dos. Sin embargo, Pere, a pesar de sus problemas, no lo aceptó e inició un proceso judicial que se prolongó durante quince años. La Justicia dictaminó a favor de Vicenta. En aquellos años, Joan ayudaba a su tío dándole dinero bajo mano y lo que le pidiera. Al final, tras tanta pelea judicial, le nombró a él heredero de los bienes que aún conservaba.
El Hotel hoy pertenece a Vicenta y lo gestiona su hijo Joan, desde el año 1999, que fue cuando su madre se quiso retirar. Su hermana Luisa, la única que tiene, estudió derecho comunitario, se estableció en Bruselas y se casó con un danés, con el que ahora vive en Copenhague. Aunque comparten propiedades, de los negocios se ocupa Joan. Vicenta le comunicó el importe que quería recibir todos los meses y la estrategia de Joan fue reunir a través de rentas de alquiler de los locales comerciales aledaños, también de su propiedad, la parte de su madre y el resto explotarlo tratando de hacer negocio.
Tras varias décadas en que las habitaciones permanecieron cerradas, en 2021 reabrió sus puertas completamente renovado, bajo la dirección del propio Joan Pantaleoni. Él explica que por allí ha trabajado medio pueblo y que él ha querido que el hotel se mantenga tal y como era; es decir, un establecimiento de calidad y emblemático. Lo ha transformado en un alojamiento de pocas habitaciones, muy grandes, donde se mantiene la tradición familiar.
En estos años, ha regentado otros locales dentro de la propiedad familiar. Allá donde estaban las viviendas de los trabajadores del Hotel Portmany abrió un primer chiringuito llamado El Tropezón, con Pep Tur, Twist, que se convertiría en su socio de toda la vida. Al final, el Nito’s lo acabaron cogiendo los dos y el chiringuito se transformó en el Bar Simple. Luego Joan ha ido abriendo y gestionando otras iniciativas, siendo la más reciente el Rincón de Pepe, que puso en marcha Pepe Roselló, Pepe de la Mutual, también fundador de Space, en 1962. El establecimiento reabre esta temporada bajo su dirección y tiene intención de mantenerlo tal cual, para que conserve su sabor histórico.
La conferencia contó con la presencia de distintos vecinos ilustrados, como el ex alcalde Vicent Marí Prats, que aclaró de memoria innumerables fechas y detalles, demostrando que sigue siendo una enciclopedia andante sobre Sant Antoni y la bahía de Portmany.
Nos queda la duda acerca de lo que podría pensar Pep de na Mossona sobre la realidad actual de la bahía y el tipo de turismo que la frecuenta. Sin embargo, no resulta demasiado difícil imaginar su respuesta.