Aunque hoy aguarda rodeada por un cordón de edificios que prácticamente impide su visualización desde la costa, antiguamente la iglesia de Sant Antoni era la construcción más imponente de la bahía de Portmany y cumplía una doble función: la atención eclesiástica de los habitantes de la zona y proporcionar un refugio seguro frente a las incursiones de piratas berberiscos, que a menudos organizaban razias en la costa de la isla para capturar esclavos y alimentos.
La iglesia cuenta con una sólida torre de defensa aferrada a su ábside y llegó a estar armada con dos cañones, que cumplieron en diversas ocasiones su función defensiva, ahuyentando con sus disparos al enemigo. Es, por tanto, el elemento patrimonial más importante vinculado a la protección de la bahía y sus habitantes. La construcción de la primera capilla que existió en este lugar y de un cementerio fue autorizada por el arzobispo de Tarragona en 1305, ante las reiteradas súplicas de los residentes a causa de la inseguridad que reinaba en la costa pitiusa tras la conquista cristiana. Fue el primer templo que se levantó fuera de la protección de las murallas y los propios vecinos decidieron dedicarlo a San Antonio.
El templo, que se reformó y amplió en el siglo XVI, añadiéndosele la torre, de planta poligonal y con almenas en alguno de sus lados, en el siglo XVII, constituye una verdadera fortaleza, con un sistema defensivo propio. La entrada principal antaño estaba protegida por unas puertas de madera maciza cubiertas por planchas de hierro, al parecer similares a las que aún se conservan en la iglesia de Sant Francesc, en Formentera. Por dentro se aseguraban con un grueso travesaño y encima de la portada existe un matacán que conecta con el tejado, desde el que se arrojaban piedras y fuego a los enemigos que se aproximaban con intención de derribarla. En la fachada también hay una serie de troneras, que permitían detonar armas de fuego desde el interior.
La torre, situada en el lado de Este y elevada sobre el templo, contaba, desde el siglo XVII, con dos cañones de hierro fundido que apuntaban al Oeste, hacia el mar. Existen incluso documentos que recogen distintos ataques, que se repelieron con esta potente artillería. El más documentado tuvo lugar a finales del siglo XVIII, al aproximarse un jabeque enemigo. Como los artilleros no acertaban y el barco seguía aproximándose, tomó las riendas de la defensa un civil llamado Pep ‘Coix’, que demostró mayor puntería y logró ahuyentarles. La población le dedicó un pequeño romance que ha llegado hasta nuestros días y que se recoge en la musealización de la torre, llevada a cabo en 2006 con motivo del 700 aniversario del templo y que preparó el historiador y profesor local Marià Torres. Dice así:
“Pep Coix, mira lo que fas,
que es canó rebentarà.
– Jo sé més de tirar bales
Que no tu de menjar pa”.
Los cañones se utilizaron por última vez en 1818, para tratar de hundir dos jabeques de contrabandistas gibraltareños. En este proceso de musealización, se recuperó uno de los cañones de la torre, que habían sido retirados en los años 20 del siglo pasado, por orden del párraco. Éste temía que su excesivo peso acabase provocando grietas en la cubierta. Dicho cañón acabó en el puerto, ejerciendo como noray, y fue recuperado durante las obras del dique de los años 50 por un vecino, Antonio Roselló, que lo utilizó para decorar la barra del restaurante Celler El Refugio, hoy sala de fiestas, en el West End. En 2006 fue devuelto a su lugar de origen por esta familia. Pesa 1.360 kilos, mide 2,43 metros y disparaba balas de 1,81 kilos, que llegaban hasta 3 kilómetros de distancia, a la altura de Cala Bassa. Lo soporta una cureña con ruedas construida expresamente por un artesano, similar a la que poseía en el siglo XVII. Esta infraestructura defensiva se hallaba complementada por la torre d’en Rovira (siglo XVIII), desde donde se alertaba de la llegada de navíos enemigos.
La iglesia cuenta además con una parte exterior cubierta, el porxo, y un amplio patio donde los habitantes del municipio se contaban las últimas novedades a la salida del culto, tradición que aún hoy se mantiene en todas las parroquias. En su interior pueden contemplarse los retablos dedicados a San Roque y a la Virgen del Rosario, así como una talla de San Vicente Ferrer del siglo XVII.