Si se contempla la bahía de Sant Antoni en toda su amplitud geográfica, puede considerarse que concluye por el norte en el Cap Negret, más allá de Cala Gració, y por el sur en la Punta de Sa Torre, entre Comte y Cala Bassa. Históricamente era así y por esta razón se instaló en este segundo cabo, con los escollos de Es Farallons a sus pies, una de las siete torres costeras de defensa que antaño protegían la costa de Ibiza, bajo el nombre d’en Rovira.
El origen de estas torres hay que buscarlo en la fragilidad de la costa pitiusa frente a los ataques de piratas norteafricanos y turcos. Los asaltos eran constantes y en ellos se producían muertes, saqueos e incluso secuestros de lugareños, con los que posteriormente se comerciaba en los mercados de esclavos de África.
Si existe un año aciago en la historia pitiusa en este sentido es 1543. Primero irrumpió un oficial del almirante turco Barbarroja, de nombre Salah, con una flota de 23 galeras con las que alcanzó la desembocadura del río de Santa Eulària, atacando la localidad y penetrando con sus hombres hasta los territorios de Arabí, Balàfia y Atzaró. Ocurrió el 12 de octubre y pocos días después, idéntica cantidad de embarcaciones, probablemente las mismas, arribaron procedentes de Formentera, entonces una isla deshabitada que proporcionaba refugio a los bucaneros, a Sa Sal Rossa. Desembarcaron un millar de hombres, que se dirigieron a la ciudad.
Los piratas provocaron tantos estragos en ambas expediciones que la Corona española ya no pudo ignorar más este territorio olvidado y por fin ordenó la construcción de las murallas renacentistas de Ibiza. La obra se inició doce años más tarde, en 1555, según el proyecto del ingeniero italiano Giovanni Batista Calvi, que luego ampliaría el suizo Gioacomo Paleazzo ‘El Fratín’. En paralelo, a finales del siglo XVI, se aprobaron también dos torres costeras situadas en el entorno de Ses Salines: la des Carregador, en un promontorio rocoso entre Sa Sal Rossa y Platja d’en Bossa, y la de Ses Portes, además del bastión semicircular del Puig de Missa de Santa Eulària, que algunos historiadores atribuyen al propio Calvi. Pocos años después, aunque ya en el XVII, se erigió también la torre de planta cuadrada adherida al presbiterio de la iglesia de Sant Antoni.
En principio, estas torres costeras se utilizaban solamente como atalaya para vigilar la llegada de enemigos, pero ya en el siglo XVIII la Corona española decidió desarrollar un sistema defensivo más ambicioso para la costa pitiusa, que cubriese la práctica totalidad del litoral. Los dos bastiones que ya existían en la zona de ses Salines fueron reformados para dotarlos de artillería y se decide además la construcción de otras cinco torres: la d’en Rovira que hoy nos ocupa, así como las de es Savinar, Campanitx, Balansat y Portinatx, todas ellas diseñadas por el ingeniero militar Juan Ballester de Zafra, en torno a 1756.
La d’en Rovira, la única de primera categoría, es la mayor de todas ellas, aunque con una estructura similar que mantiene las proporciones. Fue construida en 1763, bajo las órdenes del ingeniero José García Martínez, y concebida para proteger a la población de Sant Antoni y alertarla siempre que se produjera un ataque, ya que los piratas a menudo se escondían tras sa Conillera, s’Illa des Bosc o s’Espartar, aguardando el momento más propicio.
La Torre d’en Rovira llegó a tener dos cañones en lo alto y un número cambiante de funcionarios del Cuerpo de Torreros. En una ocasión incluso llegó a contar con la protección de ocho soldados. Además de la azotea, dotada de un murete de protección, contaba con dos plantas interiores. En la segunda, por la que se accedía desde fuera mediante una escala que podía recogerse en un santiamén en caso de desembarco enemigo, se situaba la estancia de los torreros. Allí pernoctaban, cocinaban y se refugiaban cuando no estaban de guardia. Abajo, mediante una escalera curva adherida al muro interior, aguardaba el polvorín y almacenes para acumular agua, leña, alimentos y otros productos.
Al igual que las demás torres ibicencas, tiene forma troncocónica con talud y unos muros extraordinariamente gruesos, levantados con piedra caliza y mortero de cal, a prueba de cañonazos. Además, estaba reforzada con seis nervios de piedra de marès (arenisca).
Cuando los torreros d’en Rovira avistaban una nave enemiga, corrían a la planta baja a por leña. Si era de día, la cogían del montón que estaba verde para que hiciera más humo. Si, por el contrario, ya había anochecido, elegían la más seca para que la hoguera cogiera fuerza y fuera detectada enseguida. En cuanto eso ocurría, desde la torre de la iglesia se repetía la misma alerta y además se tocaban las campanas, para que la población corriera al templo a refugiarse, puesto que era el enclave más seguro de toda la llanura de Portmany.
En caso de que los corsarios enemigos desembarcaran en las inmediaciones de la torre, en la zona de Comte, los funcionarios sabían que estaban en peligro inminente, con el agravante de que su torre, situada a tan solo 12 metros sobre el nivel del mar, no ocupaba un acantilado inaccesible como sí ocurría en el Puig des Savinar, en Balansat, en Campanitx y en Portinatx. Sin embargo, tenían capacidad para resistir un asedio prolongado, puesto que almacenaban armas, alimentos y agua con suficiente abundancia. Lo habitual, sin embargo, es que el enemigo se decidiera a atacar la villa de Sant Antoni, navegando a suficiente distancia para que los cañonazos que proyectaba la torre d’en Rovira no pudieran alcanzarles.
En 1830, el corsarismo norteafricano recibió un duro golpe con la conquista de Argelia por parte de los franceses y las torres fueron quedando progresivamente abandonadas, ante la ausencia de peligro. En 1867, el Cuerpo de Torreros se disolvió, aunque algunos de sus funcionarios se pasaron al Cuerpo de Carabineros. Ya en el siglo XX, la torre d’en Rovira, en situación de abandono, pasó a manos de una familia, que la reconvirtió en vivienda, rebajando sus gruesos muros interiores y dotándola de entrada en la planta baja. El exterior, sin embargo, permaneció prácticamente inalterado. Desde 1993 es Bien De Interés Cultural y constituye uno de los monumentos más representativos de la importancia estratégica que ya en esos tiempos tenía la bahía de Sant Antoni.